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Cóndores

Poema del libro "La memoria del corazón" Por Tomás Harris
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El primer cóndor se posó sobre el techo de la torre de enfrente,

en el condominio donde vivíamos

hubo un vuelo de las palomas que ahí anidaban

y uno que otro zorzal;

atardecía después de ese día,

cuando el segundo cóndor anidó en nuestra terraza:

no traté de espantarlo: sólo cuando salí

a fumar y nos quedamos mirando, de ave a hombre,

lo dejé en su extraño nido y entré a preparar la comida

al departamento: miré a mi mujer y le hice una seña

para que se asomara a la terraza y lo viera.

Mi mujer entró a la cocina donde preparaba la comida

y no dijo nada, hizo un gesto que no comprendí,

no sé si era de temor o de estupefacción,

o quizás de dicha, una dicha incomprensible por el extraño

visitante. Yo pensé en "The Raven" de Poe,

pero este visitante no era funesto, creo, ni de mal augurio,

si algo auguraba no lo sé:

poco entiendo de ornitología, pero era hembra,

lo supimos días después cuando vimos

que empollaba sus huevos;

por las tardes mi mujer salía a darle de comer nuestras sobras

que el cóndor picoteaba satisfecho.

A la semana siguiente,

sobre el techo de todas las torres del condominio,

seguían anidando cóndores;

podría ser como esa película de Hitchcock,

pero cada vez que salíamos a la terraza,

el cóndor movía la cabeza de derecha a izquierda

y aleteaba quedo, y nos miraba como con gratitud.

Al poco rato los huevos rompieron

y los polluelos comenzaron a picotear las plantas,

y a comer de nuestras palmas;

finalmente se fueron las palomas venenosas y los

zorzales que cantaban al amanecer en primavera,

porque, además, los cóndores comenzaron a llegar

por abril, ese mes de T.S. Eliot,

y no había crueldad, no había miedo entre nosotros

y los cóndores, no eran una película de Hitchcock,

era una convivencia insospechada:

cuando los cóndores terminaron anidando en el living

de nuestro departamento, fuimos una extraña familia,

yo, mi mujer y los cóndores

y sentimos que una forma de equilibrio inusual se restablecía.

No nos importaba limpiar sus fecas blancas en la alfombra,

ni darles de comer comida con las palmas,

creamos un lenguaje común.


"La memoria del corazón"

Tomás Harris

Ediciones UDP

216 páginas

$15 mil