Esta semana iniciamos la discusión del proyecto de ley sobre arbolado urbano, iniciativa surgida de un movimiento ciudadano y que cuenta con un transversal apoyo de organizaciones, expertos, parlamentarios, alcaldes y concejales. En las exposiciones de los invitados a la comisión de Medio Ambiente se exhibieron imágenes que mostraban brutales talas de árboles y plazas llenas de cemento. Se habló también de ciudades resilientes, servicios ecosistémicos, cambio climático y huertos urbanos.
En esa sesión me permití citar al escritor Luis Oyarzún, fallecido en Valdivia en 1972, preclaro precursor del ecologismo, quien en diversas obras, pero sobre todo en su póstumo libro "Defensa de la Tierra" expresó su sorpresa, molestia, dolor y rabia contra la especie humana y su desafección hacia la naturaleza y los efectos que su indolencia e indiferencia le generan. "¿Ante quién habrá que rendir cuenta […] de tantas tierras enrojecidas sin árboles ni cantos, de tanta quebrada seca, de los alerces quemados, de las araucarias abatidas para siempre sin nada que las reemplace?".
Hoy, aunque existe una mayor comprensión de la importancia del cuidado de la naturaleza en la vida humana, seguimos siendo testigos de una normalización del maltrato hacia los árboles, pero peor aún, una cierta indiferencia a su ausencia. Incluso en regiones como la nuestra, caracterizada por la existencia de la selva valdiviana y el bosque lluvioso, es raro encontrar demasiados árboles en las calles. Nos hemos acostumbrado a vivir sin ellos.
Y más paradójico aún, la urbanización nos ha condicionado a que cuando pensamos en árboles y bosques, pensamos en salir de las ciudades, ir a la ruralidad, a parques nacionales o reservas de la naturaleza. La relación árbol-ciudad ha logrado incluso en convertirse en problemática. No son pocos los defensores de cables del tendido eléctrico y otros, los que acusan a los árboles de favorecer la delincuencia, de romper las veredas y otras "culpas", que más bien parecen coartadas para proteger comodidades e incapacidades.
Queremos que los árboles, aunque "ensucien" las calles con hojas, vuelvan a ser parte de las ciudades, de la alegría y los juegos de los niños en escuelas, plazas y casas. Porque no solo es bueno y necesario, sino que además nos hace bien.
Lamentablemente, ya es tarde para muchos árboles que nadie nos devolverá. Parafraseando a Oyarzún podríamos decir que "no merecemos todavía nuestra tierra" y por eso nos duele cada árbol.
"Lamentablemente ya es tarde para muchos árboles que nadie devolverá. Parafraseando a Luis Oyarzún 'no merecemos todavía nuestra tierra' y por eso nos duele cada árbol..."