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El disfraz

Adelanto del libro "Un dios portátil" Por Juan Pablo Meneses
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Alejandro Jodorowsky ("La casta de los Metabarones") dice por megáfono, a los que estamos de extras en el Teatro Caupolicán, que ahora se hará una escena muy importante. Su hijo, que en verdad será él cuando joven, se desnudará y correrá por el teatro y se moverá en andas por la galería. Para eso necesita que todos los que han venido caracterizados de época, vestidos como en los años 50 en Matucana (Santiago), bajen al piso del teatro, a donde está él. Hay muchos que vienen caracterizados, y suben productores a elegirlos en las graderías. Los apuntan y les avisan que pueden bajar.

-Tú también, para abajo- dice el productor apuntándome.

Por un segundo miro para el lado, pero descubro que me habla directamente. Vengo del diario que dirijo, estoy aquí reporteando para un libro, estoy vestido como me visto todos los días y él siente que estoy caracterizado. Nunca sentí tan evidente que mi ropa de trabajo era un disfraz.

Bajo las escaleras.

Ahora estoy a metros de Jodorowsky.

Un poco más allá está (su hijo) Brontis vestido de payaso, que me saluda agitando la mano. Y Adán (otro hijo, conocido en el mundo musical como Adanowsky) que da saltitos, desnudo y con una bata azul, esperando el momento de la acción.

En las pausas, la gente le muestra libros a Jodorowsky para que se los firme. Los productores tratan de detener todos estos acercamientos. Tampoco permiten que se hagan fotos.

De pronto, anuncian que después de la escena final, que será la de Adán desnudo recorriendo el teatro en andas de las manos de los extras, habrá una ceremonia de psicomagia.

En la pausa me acerco.

-¿Para qué sirve tener un dios?

Jodorowsky hace como que no me escucha. Pone su mano en el hombro y da una instrucción al técnico. Grita, para que lo escuchen, no porque esté enojado. Quiere que la cámara esté con el color bien ajustado y el audio correcto.

-¿Te dieron tu dinero mágico (billetes que dicen "no hay diferencia entre el dinero y la conciencia. No hay diferencia entre la conciencia y la muerte. No hay diferencia entre la muerte y la riqueza")? - me pregunta, en voz baja y mirando para otro lado.

Jodo es alto, grande y de mirada sabia.

Después de decirle que sí, da otra instrucción. Y antes de irse, me dice:

-Tener un dios es poesía.

Al poco rato grita ¡acción! Y su hijo que está actuando de él, se desnuda y arranca mientras todos gritan ¡poeta! ¡poeta! ¡poeta! Gritamos ¡poeta! ¡poeta! ¡poeta! Y Jodo se ve en su hijo ¡poeta! ¡poeta! ¡poeta! Y todo el equipo técnico sigue ¡poeta! ¡poeta! ¡poeta!

¡Corte!

Se ha terminado de grabar la película ("Poesía sin fin").

Al finalizar, llega el momento de la psicomagia. Es primera vez que lo veo en vivo, ahí, Jodorowsky dirigiendo uno de sus actos psicomágicos. Todos nos tomamos de las manos. Estoy atrás. La gente repite las frases que él va diciendo. Son miles de extras. Él habla del paso del tiempo, de volver a uno mismo, de crecer desde ahí. De pronto el acto de psicomagia comienza y tiene efectos en mí y aparezco en la Biblioteca Nacional de Santiago, estoy en una de las salas de lectura, es marzo del 94, un día de semana, pero paso mucho tiempo en estas salas, pido libros viejos, y una tarde leo a Jodorowsky, es un cuento donde alguien hunde un cuchillo en el estómago de otro y luego lo raja, y esa imagen me gusta, y todo el cuento también, que está en una antología de escritores chilenos de la Generación del 50.

El aplauso final me trae de vuelta al Caupolicán.

"Un dios portátil"

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"Con la pandemia me dieron ganas de retomar aquello de mi primera novela. Cuando la tuve, como llevo mucho tiempo en el circuito de la no-ficción (desde los años 90), no sabía con quien hablar, entonces la mandé al Premio Herralde esperando que no pasara nada, porque en estas cosas nunca pasa nada, y en el año 2020 se podía mandar en formato digital, y con eso, ahorrarse la encomienda a España. Sabía que no iba a ganar, porque siempre los dos que eligen son autores de la casa y tienen agente, pero estar ahí (entre los finalistas) es un respaldo, quizás la novela no está tan mala", ríe Meneses.

"Una historia perdida" cuenta cómo "un cronista de viajes deja de viajar y se queda en Chile para investigar y escribir una historia. Nunca la ha contado. Y sólo él y su familia la saben. La historia tiene que ver con el bombardeo a La Moneda, donde un avión se salió de la bandada de los Hawker Hunters y se puso a atacar edificios de la propia Fuerza Aérea. Esa historia siempre se ocultó. De hecho, el personaje comienza a investigar quién era el piloto, porque él siempre contaba esa anécdota: de niño vivía por ahí cerca", en Las Condes.

-Como tú.

-Como es ficción ahora puedo jugar con eso y ya no soy yo, pero sí es cierto que vivía frente al Hospital de la FACh. Cuando ocurrió todo en 1973 me dijeron "no salgas a la calle porque puede caer una bomba" y abrí la puerta y cayó una bomba. A diferencia mía, el personaje decide investigar. Yo nunca lo hice. Él busca libros, pero está todo escondido. Todos contaron la historia de que fue un bombardeo perfecto: no hay una foto del hospital destruido… Tiene que ver con cómo los ganadores finalmente cuentan lo que pasó, y eso está desde (Winston) Churchill, cuando dice "voy a contar la historia porque nosotros ganamos la Segunda Guerra Mundial" y le dan hasta el Premio Nobel.

-¿Y de dónde sale este narrador?

-Viene de vivir el boom de la crónica latinoamericana, entre 2002 y 2012. El narrador estuvo en las revistas Etiqueta Negra, Gatopardo, SoHo; en talleres con Tomás Eloy Martínez ("Santa Evita"), Martín Caparrós ("Ñamérica"). A diferencia del boom latinoamericano de novela, este genera que estudiantes de periodismo y literatura empiecen a seguir a sus autores, conozcan sus vidas.

-¿Cómo fue lanzar un libro sobre Dios ("Un dios Portátil") en medio de una pandemia, cuando muchos se sintieron defraudados?

-El libro de alguna manera desapareció y ahora reflotó con el Premio Municipal, me alegra que se hayan fijado en él porque no es un libro periodístico clásico.

-Tu dios ayudándote.

-(Ríe) Es un libro muy raro, por el cual di muchas más entrevistas mientras lo escribía que cuando lo lancé. Este libro yo lo viví en India, en Nueva York, en Palo Alto, en Chile, en la selva peruana, en Argentina, mientras que cuando escribía la novela, nadie sabía que lo estaba haciendo.

-Entre las creencias que exploras en "Un dios portátil" está la Santa Muerte, cuyas figuras acá, hasta el momento, se venden como objetos de decoración, pero en tu relato muestras que no es un tema liviano.

-Los narcotraficantes quieren tener su propio credo, porque da mucho poder y es lo único que les falta para tener su propio pedazo de un sistema social perfecto. Cuando un candidato a presidente te habla de dios, él ya tiene su propio credo. Los narcos también lo quieren tener, porque ya tienen sus propias mansiones, autos, y le han dado una vuelta que es muy cool, que en el fondo la gente igual necesita creer, pero no en lo clásico.

-Silicon Valley lo cuentas como un mundo muy de Aldous Huxley ("Un mundo feliz").

-En este libro publiqué sobre los funerales online. Yo deseaba que el mío fuera así y ahora está pasando de esa manera. Si acá contaba que me quería comprar un dios, me habrían mandado al psiquiátrico, pero allá y en la Universidad de Stanford la respuesta era obviamente sí, y la U. de Nueva York me ayudó a seguir con el proyecto. Ellos financian muchas cosas que pueden ser un disparate o que luego van a definir nuestra normalidad. Por otro lado, Silicon Valley tiene toda esa maravilla y esa desgracia humana de ser un lugar donde está lleno de buscadores de oro. California siempre ha sido una zona así (desde "la fiebre", a mediados del siglo XIX), entonces hay mucha gente que se va (mentalmente), otros que se arruinan… Por eso hay otras religiones, yo estuve en el credo hípster que hay ahora.

-La Iglesia Hillsong, donde estaba Justin Bieber.

-Sí. Ahí todos los ingenieros, los trabajadores de Facebook y de Google, van a ceremonias los fines de semana con bandas de rock, como un pub, pero con entrega espiritual, están en otra. -

Meneses recorrió las desigualdades de la india buscando un dios que él pudiera comprar. La u. de Stanford lo apoyó.

Juan Pablo Meneses

Planeta

317 páginas

$15.900

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"Si acá contaba que me quería comprar un dios, me habrían mandado a un psiquiátrico".

shutterstock

"Es un libro muy raro, por el cual di muchas más entrevistas mientras lo escribía que cuando lo lancé".