Cristo, nuestra esperanza
El evangelio de este tercer domingo de Pascua (Lc 24,35-48) nos relata una nueva aparición de Cristo resucitado, en medio de sus discípulos. Estos se resisten a creer, por la alegría y la admiración que les provocaba, al punto que pensaban que era un fantasma o un espíritu.
Jesús resucitado les aclara que no es un fantasma, como ellos piensan. Los invita como a Tomás en el evangelio del domingo pasado, a tocar sus manos y sus pies, donde están las señas de los clavos. El Resucitado es el mismo Crucificado y con esto nos señala un camino: no hay resurrección sin cruz.
Lo fundamental de la fe cristiana es creer en que Cristo ha resucitado de entre los muertos y que está vivo y presente en medio de su pueblo trayéndole paz: "La paz esté con ustedes" es el saludo que hace al presentarse en medio de sus discípulos. Creer en la resurrección del Señor significa creer también en nuestra propia resurrección. Por eso profesamos en el Credo: "Creo en la resurrección de la carne".
La resurrección de Jesús no es una simple supervivencia del alma. A sus discípulos les dice: "Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo". Y luego come con ellos, como signo de esta resurrección "en la carne" que es nuestra esperanza. Cristo resucita con un cuerpo glorioso.
Por eso, para el cristiano la muerte no es el final, porque tenemos la convicción desde la fe, de que si compartimos la muerte de Jesucristo compartiremos también con Él, la gloria de su resurrección. Y esta esperanza nos llena de alegría.
Cristo resucitado es la fuente de nuestra esperanza y de nuestra alegría.
Buen domingo.