"Mi norte es que el trabajo quede bueno y que el cliente vuelva..."
VIDA DE TRABAJO. Vulcanizador más antiguo de Valdivia se mantiene activo, a los 75 años de edad.
Para miles de valdivianos, el terremoto de 1960 marcó un punto de inflexión en sus vidas. El entonces adolescente Miguel Segundo Fernández Cereceda lo sabe muy bien. Postulaba a la Armada y soñaba con irse a la Escuela de Grumetes que funcionaba en la isla Quiriquina, pero el megasismo cambió su vida para siempre. Como hijo mayor, tuvo que derivar al mundo del trabajo, para ayudar a levantarse a su padre, quien perdió su casa y el taller de vulcanización que era el sostén de la familia. Aprendió el oficio y hoy, en medio de la ruta entre los 75 y 76 años, continúa desarrollando religiosamente su labor en el taller de calle Santiago Bueras.
Luego de la muerte de su padre, en 1971 abrió el local que hasta el día de hoy funciona de lunes a viernes, de 8.30 a 18 horas. A las ocho de la mañana comienza a preparar los materiales para el trabajo del día, como el caucho y el cemento. Y media hora más tarde empieza la atención a los clientes, con la misma sonrisa de siempre y la ayuda de su "brazo derecho", Víctor Solís.
¿Cuál es su ritmo de trabajo?
-Al comienzo trabajaba durante los siete días de la semana, porque tenía compromisos con el hospital y la universidad. Con el hospital terminamos el ciclo hace un tiempo, porque es complicado trabajar con vehículos grandes y viejos. Eran años en que no descansaba y era un bruto para el trabajo. Después, cuando me casé la segunda vez, empecé a descansar los domingos, porque mi esposa era católica y me convenció de que no trabaje tanto. Después, debido a la pandemia andaban menos vehículos y entonces decidí descansar también los sábados.
¿Quiénes son sus clientes?
-Mayormente son particulares. También hace tiempo, en los años '90 dejé de trabajar con la locomoción colectiva y después con los taxis colectivos. No es que le tenga fobia a los colectiveros, pero es que por las características de su trabajo andan muy estresados y eso terminaba por enfermarme. Prefiero trabajar más tranquilo, porque los nervios ya no están como antes.
¿Ha cambiado mucho el oficio durante tantos años de labor?
-Cuando empecé, este era un trabajo bruto, a puro combo, los camiones, el barro, los carretones y parches de todo tipo. Después se modernizó, físicamente se trabaja menos y aquí es mi ayudante quien está en los trabajos más pesados. Él es mi brazo derecho. Tengo clientes doctores que me dicen que tengo que mirar el carnet, que hay cabros jóvenes que andan apenas y yo sigo dando vueltas.
¿Cómo ha sido su realidad laboral durante más de un año de pandemia?
-Gracias a Dios, no ha bajado, no nos ha faltado trabajo. Yo digo una cosa: seré feo (risas), pero soy responsable. Me gusta cumplir con las personas. Mi norte es que el trabajo quede bueno y que el cliente vuelva. No puedo ser de otra manera, la honradez está ante todo. Acá tenemos deberes y derechos y así trabajamos.
¿Hasta cuándo se proyecta en su oficio?
-En algún momento tengo que retirarme, pero tengo un problema. Me conozco y sé que no aguanto sin trabajar. A veces me dan ganas de dejar la pega, de levantarme temprano todos los días, de tener compromisos. Me canso, pero ¿qué pasa si dejo de trabajar? Empiezo a echar de menos, aunque leo y veo reportajes en la televisión. No me gusta la farándula, prefiero la arqueología, ver programas de historia, con eso me entretengo. Pero en realidad, si dejo de trabajar, no hallo qué hacer. Creo que voy a tener que pegar parches hasta cuando ya no dé más. Entonces enviaré una carta al Libro de Record de Guinnes, para que me reconozca por los millones de parches pegados. Voy a morir así.
¿Cómo es la historia de su "brazo derecho"?
-Víctor ha sido mi ayudante durante más de 20 años. Él vivía en el fundo Miraflores, ahí se crió y un día llegó a buscar pega, pero no lo recibí al tiro, porque era muy delgado. Insistió y le di la oportunidad. El primer día de trabajo, en la mañana, tuvo un accidente: estaba inflando la cámara de un neumático de carretón y le explotó frente a la cara. Pensé que con esa experiencia, no volvería a trabajar, pero al contrario: en la tarde llegó más temprano. Su destino estaba acá. Otra vez me dijo que quería terminar sus estudios en la jornada nocturna, arreglamos los horarios de trabajo y sacó su cuarto medio".
Víctor Solís asiente con la cabeza. Agrega que gracias al trabajo "me vine a vivir a la ciudad y estudié. Aprendí a escribir poesía, aunque he estado un poco flojo últimamente. Ahora tengo internet, converso con personas de muchos países y aprendo su cultura. Soy un hombre callado, no es que esté enojado, solo que me gusta concentrarme en mi trabajo. Cuando termine, habrá tiempo para conversar".
Y así llegará un nuevo día de trabajo en el taller. Con el vulcanizador más antiguo de Valdivia y su fiel ayudante esperando a quien tuvo un percance y busca la solución para continuar sobre ruedas.
"Seré feo (risas), pero soy responsable. Me gusta cumplir con las personas. No puedo ser de otra manera, la honradez está ante todo".
Miguel Fernández Cereceda, Vulcanizador
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