Cuenta la historia que, con picota y pala, se logró la evacuación controlada del agua del Lago Riñihue, evitando un alza sin precedentes en los niveles del Río en Valdivia, lo que habría causado, sin duda, un daño inconmensurable, acrecentando las desgracias causadas por el terremoto y posterior maremoto del año 60.
Más allá de la gesta heroica de nuestros ciudadanos, debemos reflexionar acerca de lo vulnerable que somos y de cómo los impactos medioambientales no tienen áreas de impacto delimitadas, más allá de las supuestas "áreas de influencia", definidas en los proyectos sometidos al sistema de evaluación ambiental.
La legislación ambiental en nuestro país está absolutamente cuestionada, las constantes judicializaciones de los procesos dan cuenta de ello; la desconfianza ciudadana es transversal sobre toda resolución emanada de la autoridad competente. Ejemplos hay muchos. La reciente aprobación por parte del Consejo de Ministros del proyecto Dominga da cuenta de aquello, una contra reacción generalizada a todo nivel.
La empresa privada tampoco ha contribuido al prestigio de la institucionalidad, con zonas de sacrificio en lugares como Quintero-Puchuncaví, Coronel, Huasco, Mejillones, Tocopilla, Freirina y una que nos tocó de cerca, "Celco".
Las malas prácticas, han contribuido no sólo a desprestigiar la institucionalidad, sino que también han dejado grietas en la estructura social, que todavía pesan y están presentes en nuestro territorio. Ahora, en la región se enfrenta la polémica por el proyecto Central Hidroeléctrica San Pedro y el proceso no ha sido distinto, con la aparición de compensaciones anteriores a lo que puede ocurrir. Se construyó un terminal de buses, se impulsó un programa para compensar a los cosechadores de nalca, entre otras iniciativas que van en la misma línea del cuestionamiento: ¿por qué compensar a priori si no habrá impacto?
No nos oponemos al desarrollo, al contrario, lo necesitamos. Sabemos que el crecimiento energético siempre debe ser mayor al crecimiento económico esperado, pero no estamos disponibles para obtener crecimiento a cualquier costo. No seremos nosotros partícipes de actividades productivas, de cuyos impactos tendrán que pagar los hijos y nietos de esta región.
No habrá picotas, ni palas suficientes que nos salven si lo hacemos mal. Esperamos que la nueva Constitución y las nuevas leyes orgánicas pertinentes, nos permitan construir un desarrollo sobre roca, pero sin falla geológica.
"Las malas prácticas, han contribuido no sólo a desprestigiar la institucionalidad, sino que también han dejado grietas en la estructura social, que todavía pesan..."