Bienaventurados
Las bienaventuranzas dominan la Liturgia de la Palabra de este domingo. Es en la primera parte del sermón de la montaña. Jesús subiendo al monte aparece como el nuevo Moisés que promulga la nueva ley, proclamando bienaventurados los pobres y los humildes. Jesús habla el lenguaje que Dios ya había usado con su pueblo por medio de los profetas. Como por ejemplo, el texto de Sofonías que escucharemos en la primera lectura.
El mismo lenguaje lo utiliza San Pablo en la segunda lectura. Los primeros en ser llamados son siempre los pequeños, los pobres y todos aquellos que el mundo desprecia, pero que son grandes en el reino de los cielos. El mensaje de Jesús trastoca todos los valores tradicionales de la época. Los hebreos cultivaban la convicción de que la prosperidad material, el éxito, eran signo de la bendición de Dios y, por lo mismo, la pobreza y la esterilidad eran signo de maldición.
A partir del sermón de la montaña, ya no son más bienaventurados los ricos de este mundo, sino aquellos que tienen hambre, los que lloran, los pobres y los perseguidos. Es la nueva lógica que se expresa en la bienaventurada por excelencia: María.
Las bienaventuranzas de Mateo se resumen en una sola: "Bienaventurados los pobres en el Espíritu". Reconocerse pobre, débil, no es, ante todo, un estado sociológico, sino que más bien una disposición interior que informa nuestro actuar en cualquier estado que uno se encuentre. Jesús se presenta como el mensajero enviado por Dios para anunciar la buena nueva. Su preocupación por los pobres, los infelices, los enfermos, es el signo de su misión.
Jesús lleva hasta los desheredados, no solamente la seguridad de que un día gozarán el reino de Dios, sino también que este Reino ya ha llegado.
También, la misión de Jesús se extiende más allá de los pobres, se extiende a todas las miserias físicas y espirituales. Todo merece su compasión. Inaugurando la época de la salvación, Dios le da prioridad a todos aquellos que de la salvación tienen la más urgente necesidad.