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El enigma del príncipe camboyano que fue dado por muerto

El chileno Julio Jeldres, biógrafo oficial de la familia real camboyana, cuenta que también fue víctima del fraude al incluirlo en su libro.
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Todo el mundo creía que el príncipe Ekcharin Norodom de Camboya había muerto a manos de los Jemeres Rojos a los 7 años, hasta que en 2014 un ciudadano sueco llamado Charin Norondom reclamó su identidad y fue integrado en la familia real. Ahora una prueba de ADN demostró que no era quien decía ser.

Charin Norodom llegó a Camboya a mediados de la década pasada, tras haber sido contactado por Facebook con miembros de la familia real que, dada la similitud de su nombre y que llevaba el apellido Norodom, propio de la familia real, pensaban que podía ser el príncipe perdido.

Los familiares se ilusionaron con que fuera el segundo hijo del príncipe Yuvaneath y nieto del fallecido rey Sihanouk, Ekcharin Norodom, al que creían muerto desde que en 1976 los Jemeres Rojos tomaron Nom Pen, la capital camboyana, aunque su cuerpo, como el de miles de camboyanos, nunca fue recuperado.

"En 2014, mi hermana lo localizó en Facebook. Se lo dijo a mi madre y más tarde le aceptaron como el hijo perdido, Ekcharin. Su nombre en Facebook era Charin Norodom (...) Estábamos todos muy emocionados con el hermano perdido y reencontrado", relata a Efe desde su residencia en EE. UU. Chiravouth Norodom, el hermano desengañado.

Cuando el falso príncipe volvió a Camboya contó a sus supuestos hermanos y padres que primero se había refugiado en Tailandia con una familia camboyana que se ocupó de él y terminó viviendo en Suecia, acogido en 1978 por una familia de allí de la que nunca dio detalles.

"La gente que se ocupó de mí en Tailandia siempre me dijo que pertenecía a la familia real, pero no sé más", declara por teléfono en un inglés renqueante Charin Norodom, que vive en Nom Pen desde hace casi una década.

Tras viajar a Camboya y reunirse con sus supuestos familiares (aunque muchos viven en EE. UU.), Charin presentó una prueba de ADN que demostraba que era hijo del príncipe, quien lo reconoció en 2017, según cuenta el chileno Julio Jeldres, biógrafo oficial de la familia real camboyana.

Jeldres incluyó la historia de Charin en un libro sobre la familia real en el que daba veracidad a la historia y certificaba que era el príncipe perdido.

"Una vez que el gran príncipe reconoció a su hijo, yo lo incluí en el libro que preparaba sobre la familia real en 2017. Era normal", argumenta el escritor por correo electrónico.

"No es una cuestión de creer o no creer, si no de tratar de ayudar a alguien que buscaba a su padre", añade sobre sus primeros encuentros con Charin, que le contó la misma historia que a la familia real.

Charin, ya reconocido como miembro de la familia real se instaló de forma permanente en Nom Pen, donde trabaja y tiene esposa e hijos, y se convirtió en un habitual de algunos eventos de la realeza.

Sin embargo, a algunos miembros de la familia les seguía resultando extraña su historia, su falta de detalles sobre los años pasados fuera de Camboya e incluso la ausencia de parecido físico con el resto.

"Mostraba menos interés en saber dónde habíamos estado todos esos años que en obtener un documento identificativo de la familia real", cuenta Chiravouth, el hasta ahora supuesto hermano.

Prueba de adn falsa

La suerte de Charin cambió cuando hace dos años falleció en Estados Unidos el príncipe Yuvaneath, a quien se sigue refiriendo como su padre, y que era su principal sostenedor en la corte.

Debido a la pandemia, el funeral oficial en Camboya no se celebró hasta el pasado agosto, y fue cuando Chiravouth viajó a Camboya y aprovechó para sorprender a Charin el día de la ceremonia con un kit para hacerle una prueba de ADN que cotejó con la de su madre, la princesa Tea Kim Yin.

El resultado arrojaba pocas dudas: no era el hijo de la princesa con una fiabilidad del 99,9 por ciento y eso llevó a Chiravouth a volver a comprobar la prueba de ADN anterior, en la que descubrió indicios de que había sido falsificada.

"El logo estaba movido, no correspondía con el modelo de la empresa. Alguien había manipulado el documento. (...) Cuando se lo expuse a Charin al principio se quedaba en silencio, pero terminó admitiéndolo", cuenta.

Charin no acierta a dar una explicación convincente cuando se le pregunta por este asunto y alega que no podía abrir el documento en su correo por su torpeza informática y que pidió ayuda a alguien, lo que explica el cambio en el documento.

Expulsión de la familia

Asumida su expulsión de la familia real, a la que perteneció durante unos años, Charin niega que tuviera especial interés en formar parte de ella o en obtener beneficios y explica que tan solo quería encontrar a su familia, algo que siempre ansió durante su infancia en Suecia.

"Nunca había tenido padre ni madre. (...) Me dicen que hago trampas y que buscaba obtener un beneficio, pero ¿qué he obtenido? No tengo nada, nunca me dieron nada. Lo único que quiero es saber quiénes son mis padres" se defiende.

Sin embargo, su relato tambalea por una gran mancha: la prueba de ADN falsificada, ya que según Chiravouth, nunca recibió resultados de aquella prueba, sino un correo de la empresa en que decía que la tarjeta de crédito había sido rechazada.

"Nunca se procesó aquella prueba de ADN, nunca recibió el resultado. Me mintió. Ya no creo ni que su verdadero nombre sea Charin", dice Chiravouth.

Charin Norodom (I) por años aparentó ser un príncipe, junto al príncipe Chiravouth Norodom.

Columna

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(Pos)democracia plena

Siempre es un agrado que a uno le reconozcan los logros, pero algunas veces uno sabe que tampoco era para tanto. El Índice de Democracia 2022, construido por el grupo The Economist, recientemente ha situado a Chile en el grupo de países con democracia plena. Está en el lugar 19 a nivel mundial y tercero en América Latina después de Uruguay y Costa Rica. Es de los países que más subió desde el año anterior, magníficos seis puntos. Ascendió al cuadro de honor junto con Francia y España, antes en 'democracia defectuosa', principalmente gracias a la eliminación de las medidas restrictivas durante la pandemia. Es decir, sin esas medidas podríamos haber permanecido en primera, claro, solo tendríamos más muertes por Covid, pero ese problema humanitario parece no importar en la calificación democrática.

Para los espíritus noventeros, este podría ser un momento de éxtasis autocomplaciente. Si la generación dorada del fútbol ya se esfumó, que ahora venga la democrática. Pero la historia nos ha enseñado algunas cosas desde entonces, por ejemplo, que mucha autocomplacencia conduce a estallidos, que los estallidos engendran superioridad moral y que desde ahí se puede caer muy fuerte, más temprano que tarde.

La reciente Encuesta CEP ha hecho visible un ánimo democrático lúgubre en la población, unido a una alta desconfianza en las instituciones políticas y a oscuras expectativas económicas. La encuesta Feedback mostró hace unos días que la expulsión de migrantes ilegales, la pena de muerte a delitos muy graves y la prohibición de ideologías extremas concitan significativamente más apoyo que, por ejemplo, el incremento del gasto en beneficios sociales. ¿Serán así las 18 democracias plenas antes que la chilena? Más bien, nuestros indicadores anuncian rasgos posdemocráticos, una situación en la que el orden social liberal pierde legitimidad porque la experiencia cotidiana confronta a las personas con situaciones límite ante las cuales no encuentran respuesta institucional.

Hace exactamente un año en el norte de Chile hubo un paro regional y protestas cargadas de xenofobia por la crisis migratoria, el aumento de la delincuencia, la inseguridad y la violencia en la zona. Hace unos días aconteció algo similar en Iquique y Alto Hospicio. Y se pueden anticipar el impacto que tendrá la crisis en el sur de Perú. El gobierno anunció que, por ley de infraestructura crítica, se instalarán militares en la frontera y que el estado de excepción no se descarta. Esta es la dimensión más urgente del problema, pero queda la crisis humanitaria no solo de los migrantes, sino de todos aquellos que se ven presionados por recursos y espacios de convivencia en una zona ya precaria en institucionalidad social e infraestructura de servicios.

Por otro lado, en la zona sur de Chile, la fuerte explosión de violencia en los últimos años ya condujo al estado de excepción. Con la detención de personas vinculadas a grupos violentos y la persecución de delitos como el tráfico de drogas, porte de armas y robo de madera, la violencia rural ha disminuido en alrededor de un 40% en 2022, según información del Ministerio Público. Pero de nuevo, enfrentar el delito es la tarea más básica de todo Estado de derecho. Paralelamente hay que preguntarse cómo aportar para la reconstrucción de la sociabilidad democrática. En 2022, la Encuesta CEP hecha en la zona mostró que la experiencia cotidiana de la violencia es igualmente grave para la población mapuche y no mapuche y que hay visiones comunes sobre la solución del conflicto. Sin profundizar este camino, la arrogancia moral puede ser nuevamente recibida a balazos en los territorios.

Todas estas, entre otras, son buenas razones para una nueva Constitución. Chile no es un cementerio de la democracia, pero tampoco un oasis de plenas libertades. En una reciente entrevista en El Mercurio, Juan Luis Ossa enfatizó en el valor de distintas posiciones políticas, de las minorías y de la democracia representativa para cimentar la legitimidad de nuestro orden social y político. Esto es clave para no caer presa de impulsos autoritarios o populistas que ya se advierten. No querríamos aparecer en unos años más en el índice de posdemocracia plena.

"Chile no es un cementerio de la democracia, pero tampoco un oasis de plenas libertades".