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Fragmento del capítulo "Pastel de luna"

Adelanto del libro "Cuento Chino" Por Antonio Gil
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Recordó Quintín Quintana el sabor casi olvidado del mooncake, esa golosina que tanto le gustaba y con la que se festeja en su tierra el Festival de Medio Otoño.

Recordó también que había varias formas de prepararla.

Y se acordó también que, de todas, él siempre prefirió la manera cantonesa, con pasta de semillas de melón, pasta de semillas de loto, jamón, pollo, pato, cerdo asado, champiñones y yemas de huevo. Esos siempre sabían dulcísimos.

Sintió incluso el perfume del amasijo. El aroma embriagante del tostado. El azúcar, la dulzura, el suave sabor languideciendo en el aire.

Las dos agujas de cobre pinchadas sobre el labio superior y cada una bajo la nariz, una a cada lado, reciben el nombre de la dulce fragancia, por ese perfume almibarado, de confitura o pan dulce, siempre cambiante, que sentimos cada vez que el médico las inserta en su lugar.

La entrada trepidante del tren en la estación de El Ingenio lo sacó de un sueño raro de gasa amarillando en el salón del Oráculo Chino del jirón Huanta, en Lima.

Luciérnagas, olor a cerezas. Y la agonía de la espina enconada.

Estará el doctor Gao Wang en su consulta bajo los sauces esperando a Leo Shin y tendrá ya los sobres con las yerbas y las píldoras en sus frascos de loza iluminados de frutos y hojas y semillas y números árabes y tendrán pictogramas en mandarín y pequeños sellos rojos indicando el origen de cada yerba y cada viruta guardada en los frascos. Guinea. Java. Tonga. Kiribati. Triángulo Dorado. Angostura. Birmania. Ulán Bator.

Un gato rojizo merodeará entre las salamandras secas, en sus cajas de vidrio biselado. Los polvos y las rapaduras de cuerno o raíz de Rehmannia, Coptis y corteza de Cinamomo. Pero en ese momento, Leo Shin lo daría todo, en el pasado, todo en el presente y en el incierto futuro, todo, por hincar el diente una sola vez más en un Pastel de Luna cocinado a la manera cantonesa. Panacea universal y única garantía de vida eterna. La boca seca se le llenó de saliva solo de pensarlo. Se le llenó la boca de infancia.

Madre, ¿dónde te has ido?

Un hombre desgarbado salió de las negruras quebradas por el quinqué que alguien agitaba y subió al vagón, haciendo chillar la pisadera.

Dio unos trancos por el pasillo y se dejó caer junto a Leo Shin. Se tocó el ala del sombrero.

-Juan Rafael Allende, corrector de pruebas -se presentó con voz rota.

Ambos sabían a la perfección quién era su vecino de asiento y el cuidado recíproco que se debían.

-Quintín Quintana, empleado municipal -respondió el chino con una voz lejana y desentonada.

Allende, al escuchar el nombre, tuvo una imagen huidiza de persistentes golpes en la sien con un calcetín lleno de arena. Una gota cayendo sin cesar, ahí, en la sutura sagital del cráneo.

Shin, en cambio, pensó solo en los mordiscos hidrofóbicos del Padre Padilla, el periódico satírico más temible de la Historia de Chile.

La locomotora dio un tirón. Resopló y continuó viaje penumbras arriba. Hacia la abisal ferocidad de los volcanes Tupungatito, San José, Marmolejo y Maipo. Hacia el tiritar remoto de Alnitak, Alnilam y Mintaka, en la cintura de Orión, el cazador boca abajo en este hemisferio. Y también aspira el convoy -con tenacidad asmática- hacia Sirio, el Koh I Noor de los abismos.

"Cuento chino"

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personajes con biografías en extremo escuetas. Gente que ha pasado por ahí en puntillas tras la cortina de los siglos. Y me hago amigo de ellos. Y averiguo. Te voy a contar una cosa preciosa, Quintín Quintana, o Leo Shin, es el tatarabuelo de Carmen Gloria Quintana, la chica que por fortuna sobrevivió al atentado maligno de que fue objeto por parte de una patrulla militar que en dictadura encendió su cuerpo rociado con bencina.

-Ya que tiende a narrar tiempos pasados, si pudiera elegir alguna época para sí, ¿cuál elegiría? ¿Sería de guerra o conquista, como ha sido en sus ficciones en el pasado?

-Te respondo sin vacilar: yo sería un goliardo medieval, ahíto de vino y vestido de fraile mendicante y cantaría coplas obscenas en los burdeles llenos de mozas con grandes ancas. Eso sería, y leería poesía bajo los árboles, y hasta me animaría a hacer lo más osado que hicieron estos personajes de Carmina Burana, que fue jugar a los dados en el altar mayor de la iglesia de Notre Dame.

- "A fin de cuentas, como nos señala la meditación, las mejores visiones con drogas no han llegado", escribe. ¿Cuál ha sido su mejor visión? ¿Probó el opio alguna vez?

-Sí, he fumado opio. Y, alguien lo dijo antes que yo… quien una vez prueba el opio no puede volver a tomarse ni el mundo ni la vida en serio nunca más (risas). He usado muchas drogas chamánicas. Hoy sé que son un juguete en extremo peligroso. Nadie necesita saber tanto de sí mismo. Hace mal.

-Es imposible dejar de notar su antipatía por los curas en su obra. ¿Podría explicarla para nosotros?

-Estudié en el Luis Campino, tuve allí un director espiritual, el cura Urizar, que era un varón ejemplar, un soldado de Cristo y aprovecho de recordarlo aquí con afecto. Pero la institución católica romana sodomizó sistemáticamente a los jóvenes de las elites de todo el mundo, como una forma de dominio. Eso se ve claramente en Chile y los grupitos endogámicos que dirigen la banda. Lo sé muy bien porque lo estudié a fondo para escribir "Carne y jacintos".

-Un personaje que ingresa a su mundo novelístico es el de Juan Rafael Allende, mítico periodista que incluso fue condenado a muerte. ¿Qué tipo de paralelismos siente con él, usted que escribe en prensa?

-Allende, claro, en el tren al Volcán. Era Allende un luchador social que denunciaba las incontables tropelías de estos altivos, despiadados amos de los pobres y de los desamparados.

-¿Por qué los chinos se asocian con los chilenos? ¿podría explicar, brevemente, la tensa relación entre afroamericanos, peruanos y chinos?

-Brevemente: porque les convenía. Los libraron de los trabajos forzados en las islas Chinchas y en las haciendas azucareras. Lynch que era un badulaque quedó embelesado con el juramento del gallo. Un invento que en realidad es un ritual de las Tríadas, las mafias chinas. Puro cuento. Los chinos vivían en condiciones horrendas. Y colaboraron con los chilenos. Buen motivo para generar cierto encono. Además cada fuga significaba un castigo terrible para los negros que se quedaban. Pagaban el pato. Hubo muchas muertes en reyertas donde los chinos lucieron por primera vez sus artes marciales.

Antonio gil es poeta, escritor, publicista y guionista. Estudió periodismo en la U. de Chile. .

Antonio Gil

Sangría Editora

136 páginas

$10 mil

"Sí, he fumado opio. Y, alguien lo dijo antes que yo... quien una vez prueba el opio no puede volver a tomarse el mundo en serio".

"Hoy sé que son un juguete en extremo peligroso. Nadie necesita saber tanto de sí mismo. Hace mal".